Somos tiempo, somos eternos
El tiempo es como dios, está en todo y lo es todo. El tiempo es el propio orden dinámico universal que satura de dinamismo al universo. Sin dinamismo no podría existir orden dinámico, ni viceversa, porque el dinamismo, al igual que su orden, está en todo, constituyendo un orden dinámico llamado tiempo. El desorden dinámico es una imposibilidad; sería como si existiese el desorden en la nada, la cual es absolutamente ordenada, puesto que es totalmente nada.
Todo es orden, todo es tiempo. Nosotros somos una
saturación de tiempo; y aunque convivamos con unos tiempos inventados por las
necesidades evolutivas que ocultan al verdadero tiempo, nada impide que exista
siempre el tiempo en todo, que exista el orden dinámico en todo. Cuando nacemos
somos tiempo, cuando nos movemos somos tiempo y cuando nos morimos somos
tiempo, porque todo tiene su tiempo.
Y eso es así, porque desde que nació el universo nació su
tiempo, nació su movimiento dirigiéndose siempre hacia una misma dirección; nació
su tendencia dinámica que arrastraría al universo hacia una misma dirección;
adoptando ese inevitable orden dinámico sin fin. Todo lo mueve lo infinitamente
pequeño; pequeñeces dinámicas que no tienen tamaño por ser absolutamente
dinámicas. Son puras esencias dinámicas con las mismas capacidades dinámicas;
posibilitando así, con sus interminables movimientos, la multiplicación
constante de identidades dinámicas.
La vida tiene mucho de tiempo; ambos, la vida y el tiempo,
son irrealidades hechas realidades dinámicas. Nadie ha visto al tiempo ni a la
vida, sólo se ven como vida los seres vivientes superficialmente, pero eso no
es la vida: la vida es como el tiempo, no se puede mantener en el presente, no
puede alcanzar el futuro y sólo existe en el pasado como recuerdo. ¿Quién ha
visto realmente a la vida?, nadie; lo que vemos son los cuerpos vivientes, pero
no vemos sus vidas reales; vidas que parecen mantenerse en el presente del ser
viviente hasta que su cuerpo deja de vivir. La vida no es cualquier parte del
cuerpo, ni siquiera el corazón; pues éste se puede trasplantar por otro. La
vida puede que no sea el alma, porque, tal vez, el alma no exista; a no ser que
las vidas, como tiempos que son; sean consideradas almas; pero la vida es
indudable que es tiempo; ya que todo es tiempo; por lo tanto, la vida también es
tiempo.
La vida es la esencia del tiempo, ya que la vida no se
detecta, no es realidad, al igual que el tiempo; y como esencia de tiempo que
es la vida, ésta se puede transmitir de un cuerpo viviente a otro, cuando aquél
fallece y éste va a nacer. Ya que la vida no es realidad al igual que el
tiempo; y por eso es lógico que la vida se transmita como tiempo sin
experimentar el tiempo. Tarde el tiempo que tarde en transmitirse la vida, es
como si se hiciese instantáneamente, puesto que la vida como tiempo que es no experimenta
el tiempo. La vida como tiempo que es, se transmitirá de un cuerpo a otro, de un tiempo a otro; en el
lugar que le corresponda evolutivamente, con orden. Pues eso es la vida, un
orden; una irrealidad o alma llamada tiempo, que se eternizará transmitiéndose de
un cuerpo a otro; al cuerpo que le pertenezca según el orden evolutivo.
Como todo es tiempo, la vida tuvo que surgir como tiempo
en el tiempo adecuado, cuando las condiciones para que surgiese como vida
fuesen las adecuadas. Es decir, la vida sin la distancia adecuada con respecto
al Sol, que le proporcionase el calor y
frío adecuado; sin el agua necesaria y sin las condiciones propias idóneas de
la Tierra, no hubiese llegado a ser vida; no hubiese nacido como tiempo en el
preciso tiempo. Y como todo es tiempo, la vida se originó como tiempo; como una
acumulación dinámica llamada tiempo.
Autor: Salvador Sánchez Melgar
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